TREINTA... Y UNO Y DOS Y TRES...

Columna publicada en Revista Ya, año 2001

Pertenezco a una generación de mujeres que anda a treinta por hora. Como las horas pasan más rápido, solo basta que pase una y ya son treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres, sin darnos cuenta que aún no tenemos hijos, que la profesión recién comienza, y que todavía lo pasamos bien en una fiesta o acostándonos a las seis de la mañana. Aun así, cada vez nos encontramos con menos gente como nosotros en los recitales y con más amigos de los hermanos menores.


En esos momentos aparece el "alcachofazo" en la cabeza, para empezar a contar hace cuántos años salimos del colegio, cuántos llevamos en el mundo laboral y a recordar mil anécdotas que hacen sorprender del paso del tiempo. Curiosamente la piel no se arrugó como se creía y nunca nos vestimos de traje de dos piezas o taco aguja, como era el estilo que siempre odiamos de los adultos, porque eso sí que era "ser vieja".

El número sorprende porque es demasiado para el cuerpo, no se sabe dónde hacerlo caber. Cuando empieza el dos, el tres, el cuatro y el cinco, sigue sorprendiendo. Nos entristecemos antes del cumpleaños, inventamos nuevos proyectos para crecer de una vez por todas, prometemos madurar, hasta que llegan las próximas velas y todo ha seguido igual. Lo más aburrido de esta seguidilla de cumpleaños es que se hacen tan seguidos, que ya no sabemos qué regalarle a la amiga: se le regaló en grupo, de a dos, de a tres, incluso en ocasiones nunca se le llevó regalo. Es que esos sí que eran otros tiempos. Tiempos de la indiferencia, de conocer a todos pero no estar con nadie, de imágenes y flirteos sin trascendencia, de recorrer fiestas, bares, gente, llegando al primero, para abandonarlo y partir al próximo. Por esa ansiedad adolescente de estar en todas partes y no quedarse tranquilos porque el mundo se podía acabar o nos perderíamos el gran evento del siglo.

Ahora es diferente. La calma se apoderó de nuestra alma y podemos conversar de forma más alargada, estar toda la noche en un solo lugar y mantener una relación afectiva. Se hacen asados en casas, celebramos cumpleaños de los hijos y nos reunimos, de vez en cuando, en una fiesta donde nadie baila por estar cansados de tanto trabajar. 

La publicidad instaló a esta generación en la categoría de “adulto joven”, creando programas especiales de radio y televisión, lugares de encuentro, ropa y un estilo de vida particular.

Somos un grupo que ya vive de viejos recuerdos. Nos impresiona el paso del tiempo y por nuestras venas corre la música del rock argentino, de Los Prisioneros, del rock pesado y progresivo. Los años ochenta aún están presentes porque somos una generación que no quiere crecer, alargamos lo más posible la adolescencia, suponiendo que hubo un tiempo mejor, o bien, que los parámetros de vida clásicos no convencen.

Un día me dijeron que los treinta de hoy eran como los veinte de antes. No está tan claro, ya que hay una década entera incorporada en la piel que hace la diferencia.


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